viernes, 27 de marzo de 2009

UN LIBRO ABIERTO (EL PAISAJE)

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Cuando se habla de paisaje suele evocarse lugares agradables, donde la Naturaleza ofrece un encuadre ideal para la fotografía, la pintura o la descripción literaria, y es que los paisajes desencadenan emociones, por eso el arte ha dedicado preferentemente su atención al paisajismo estético.



Para el naturalista la estética no define al paisaje. Todos, absolutamente todos, son objeto de su interés y merecen una detenida observación; ya sean amables, bucólicos, desapacibles o austeros.


La primera dificultad al afrontar el estudio natural del paisaje estriba en su propia definición. No se trata de un ecosistema, ni de un biotopo, ni de una comunidad vegetal, ni tan siquiera de un decorado geológico. Es eso y más. En realidad no hay una definición exacta, sólo una aproximación intuitiva puede delimitarlo. Considerémoslo una porción de Naturaleza abarcada por nuestros sentidos en un determinado momento. Se requiere, pues, tres elementos: Naturaleza, observador y tiempo.



Los paisajes constituyen una fuente de información, sus elementos físicos (vivos o no) aportan datos. La existencia de cárcavas y barrancos, por ejemplo, nos habla de arroyadas, precipitaciones distanciadas pero intensas, fenómenos de deforestación y pérdida de suelos. La presencia, o incluso ausencia, de determinadas especies nos transmite una insospechada cantidad de información acerca del funcionamiento y estructura del paisaje. Fresnos y olmos señalan suelos profundos y frescos.



Los seres vivos estrechamente vinculados a condiciones ambientales o ecológicas muy concretas se convierten en una valiosa referencia para el conocimiento del paisaje. A estas especies se da el nombre de bioindicadores y son objeto de estudio en Ecología. Por su parte, la Geomorfología se detiene en los elementos no vivos y en el relieve del territorio. La investigación del paisaje tiene carácter multidisciplinar, suele ser un tipo de investigación de reducido coste y dispone de un inmenso laboratorio.



El observador recibe información ambiental del paisaje. La percibe y a su modo la interpreta. Esta información le llega a través de los sentidos, principalmente la vista, sin desdeñar los demás canales sensoriales: el oído que registra la potencia del trueno, el olfato que se impregna del olor a tierra mojada, el tacto impactado por los goterones de la tormenta y el gusto que detecta el fresco sabor del agua recién caída.

Interpretar lo percibido de un paisaje nos ayuda a conocerlo y comprenderlo. Cuantos más datos obtengamos sobre el terreno mejor estudiaremos sus relaciones y significado. A tal fin podemos emplear cuadernos de notas, prismáticos, cámara de fotos o vídeo, y recurrir a libros de consulta y guías de campo. No olvidemos que cualquier detalle puede ser válido aunque en principio no lo parezca. Una simple acumulación de cantos rodados incrustados en un talud de carretera nos pone sobre la pista del antiguo lecho de un río.


El tiempo marca el devenir de los paisajes. Ninguno perdura perpetuamente. La erosión, transporte y sedimentación de materiales no cesa aunque varíe su preponderancia. Los movimientos orogénicos elevan o hunden lentamente el terreno mientras que las riadas, aludes, terremotos y erupciones volcánicas lo modelan bruscamente. Animales y plantas se suceden, la Paleontología pone al descubierto restos fósiles de seres que en otros tiempos habitaron paisajes diferentes en las coordenadas espaciales que ahora pisamos. No es raro hallar antiguas conchas de moluscos marinos en el corazón de la meseta peninsular, donde hoy se asienta un encinar.

También la Botánica tiene qué decir al respecto. Entre los vegetales se dan asociaciones y comunidades que nos remiten a cómo eran zonas drásticamente modificadas. El helecho común prosperando en plantaciones de pino albar anuncia zonas anteriormente ocupadas por otra masa arbórea, el robledal de melojo. Estudiar la sucesión de las comunidades vegetales facilita el diagnóstico de la salud de un territorio. Los jarales de jara pringosa advierten al observador acerca de la degradación del bosque mediterráneo y preconizan la instalación de un tomillar si prosigue la degradación. También subsisten plantas testigo, únicos representantes de la flora de un enclave cuando sus condiciones climáticas eran otras muy distintas, tal es el caso de la presencia de abetos pinsapos en algunas serranías andaluzas.


El paisaje delata al hombre en buena parte del continente euroasiático, especialmente en solares que han sido asiento de numerosas culturas y campo de batalla de incontables guerras. En cierto modo el paisaje es Historia, pues sedimenta en parte las vicisitudes que lo conforman, incluidas las que provoca la especie humana (relevante modeladora de paisajes en el planeta Tierra).



Indiscutiblemente, el paisaje también es un recurso pedagógico. La educación ambiental se beneficia de este enorme potencial cuando se acerca a la comprensión de los paisajes cotidianos. Ninguna falta hace acudir a Parques Nacionales, a espacios naturales protegidos o de alto valor ecológico para descubrir que los fenómenos naturales (entre ellos la Vida) se manifiestan en cualquier paraje.


Consecuencia de una sociedad cada día más urbana, el paisajismo residencial pretende construir rincones naturales inmersos en urbanizaciones. El estudio del paisaje circundante delata qué especies autóctonas, o de ambientes similares, resultan idóneas en cada emplazamiento para el diseño eficiente de jardines y zonas verdes con escasos requerimientos y bajo mantenimiento.


Ya no es posible hablar de protección del medio ambiente si no se apoya en una racional ordenación del territorio. Del análisis y apreciación del paisaje se deriva qué tierras son aptas para el cultivo, dónde se podrá construir o qué lugares han de ser intocables. Una ordenación bien meditada, contrastada sobre el propio terreno, proporciona las pautas a seguir en el emplazamiento de núcleos habitados evitando desastres naturales como, entre otros, los acaecidos en las inundaciones del País Vasco (agosto 1983), en la tragedia del Camping Las Nieves (Biescas, 7 de agosto de 1996) o en los barrios ubicados en ramblas del Levante peninsular.

Observar atentamente el paisaje nos plantea numerosos interrogantes, con sus posibles respuestas. El paisaje es un gran libro abierto. Sólo necesitamos aprender a leerlo.


 
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4 comentarios:

Montse Viver dijo...

Gracias Javier por mostrar este libro abierto lleno de experiencias de todo tipo. No me extaña que Anaya te fichara para colaborar en sus libros, pues tienes una redacción impecable y que se hace entender con las palabras justas. Te he encontrado en "casa" de Aurora (Master en nubes), y aquí estoy fisgoneando un poco.
Emcantada de saber de tu existencia y tu pasión por los paisajes y la naturaleza.
Por cierto, hablando de muros secos, no sé si has visto los de Menorca, estan hechos a conciencia por los "paredadors", y conscientes de su valor, van reconstruyendo los que se deterioran, con sumo cuidado.

Un abrazo geológico-papaveráceo!

Fcº Javier Barbadillo Salgado dijo...

Pues, moltes gracies (creo que se dice así), a ti Montse por pasearte por El Último Rincón. Y da recuerdos a Aurora.

Por mi parte, también visitaré tus blogs.

En relación a los muros de Menorca, sí que los conozco. Tuve la suerte de visitar aquella isla hace más de dos lustros y, en efecto, las tapias allí no sólo forman parte del paisaje sino que lo definen en buena medida. Espero volver a aquellos paisajes, por lo menos desde este blog. Me alegro de que estén decididos a mantenerlos en pie.

Otro abrazo para ti, Montse.

Montse Viver dijo...

Los recuerdos a Aurora no los he dado todavia, está en un "hueco" como dice ella misma, y no sé interpretar muy bien el sentido de su última entrada, creo que se trata de una soledad simplemente veraniega,espero un mejor momento para hacerlo.

Un abrazo para ti Javier, el hombre que entiende y lee el paisaje externo y también el interno. Me interesan ahora mucho más los viajes al interior de mí misma, que los otros, aún que también los disfruto cuando los hago.

Fcº Javier Barbadillo Salgado dijo...

Bueno, Montse (Esplai, El Jardí d'Epicur), cuando lo consideres oportuno das esos recuerdos a Aurora (Máster en Nubes). Yo me pasaré por vuestros blogs a haceros alguna visita.

Muchas gracias de nuevo por tus palabras. Sólo intento leer y entender paisajes, internos y externos, porque somos parte de ellos y ellos son parte nuestra. No hay paisaje sin observador. Será por eso que los viajes, tanto internos como externos, nos conducen a nosotros mismos.

Otro abrazo.